Liderazgo y participación de las mujeres hacia la construcción de sociedades más justas

El liderazgo de las mujeres es esencial para construir sociedades más justas, ya que ellas aportan una diversidad de perspectivas y formas distintas de entender la vida. Su rol en la sociedad fomenta la equidad y promueve el bienestar colectivo. Sin embargo, las mujeres enfrentan múltiples barreras que dificultan su avance en el ejercicio del liderazgo, a pesar de sus capacidades y contribuciones evidenciadas a lo largo de la historia en diversas sociedades.

Diversos estudios han identificado factores que influyen en el ejercicio pleno del liderazgo femenino, tales como factores estructurales, sociales y culturales que limitan su acceso a posiciones de poder y toma de decisiones.

En primer lugar, los estereotipos y roles de género, arraigados en nuestras sociedades, asocian el liderazgo con prácticas o características masculinas. Esto conlleva a la percepción errónea de que las mujeres no son aptas para desempeñar roles de poder y liderazgo. Este factor, aunque a menudo interpretado de manera subjetiva, es uno de los más influyentes en la perpetuación de roles de género que obstaculizan el avance de las mujeres en diversos ámbitos.

Un segundo factor está relacionado con la carga desproporcionada de responsabilidades en la sociedad. El trabajo doméstico y de cuidado sigue recayendo mayoritariamente en las mujeres, lo que reduce significativamente sus posibilidades de asumir roles de liderazgo. Diversas fuentes han advertido sobre la escasa atención que recibe este tema, particularmente desde el ámbito de las políticas públicas, así como la falta de apoyo institucional y políticas de igualdad.

Un tercer desafío se refiere al miedo a la crítica y al rechazo. Las mujeres en posiciones de liderazgo suelen enfrentar mayor escrutinio y críticas que los hombres, lo que puede generar inseguridad y desmotivación para asumir cargos de liderazgo.

A nivel mundial, solo el 25% de los puestos en los parlamentos son ocupados por mujeres. En América Latina y el Caribe, la participación femenina alcanza apenas el 26.4%. En Panamá, de los 71 escaños en la Asamblea Nacional de Diputados, solo 14 (19.7%) son ocupados por mujeres. Este dato resulta particularmente relevante considerando que el país ha adoptado una Ley de Cuotas, que establece que el 50% de las candidaturas de los partidos políticos deben ser ocupadas por mujeres, con el fin de promover una representación más equitativa en los cargos de elección popular.

Por lo tanto, es fundamental diseñar estrategias nacionales que impulsen el liderazgo de las mujeres en todos los ámbitos. Esta acción contribuiría al desarrollo sostenible, al fortalecimiento de la educación y a la construcción de una sociedad más justa. Una estrategia efectiva debe sustentarse en tres componentes clave, que, de manera articulada, concentren esfuerzos en la implementación de una política integral.

Las mujeres líderes han demostrado ser agentes de cambio en las economías locales, en la política y en el ámbito social. Su participación en la toma de decisiones impulsa el crecimiento económico, fomenta la inclusión y el emprendimiento, mejora la equidad en el acceso a recursos y oportunidades, y promueve políticas sostenibles con estrategias innovadoras en diversos sectores.

El liderazgo femenino en la educación tiene un impacto significativo en la promoción de modelos de enseñanza más inclusivos y equitativos. Este liderazgo facilita el acceso a la educación para niñas y mujeres, reduce brechas de género y fomenta metodologías de aprendizaje que integran valores como la empatía, la cooperación y el pensamiento crítico.

Las mujeres líderes han contribuido al bienestar y desarrollo de la sociedad en múltiples formas, promoviendo cambios en leyes y políticas públicas que favorecen la igualdad de derechos, fortaleciendo la cohesión social mediante valores como la justicia y la solidaridad, y sirviendo como referentes para las nuevas generaciones, inspirando a más mujeres a asumir roles de liderazgo.

En este sentido, los avances y logros alcanzados deben convertirse en buenas prácticas de las cuales se pueda aprender, pero también en motores de impulso para superar las barreras que aún prevalecen.

Dra. Nicolasa Terreros Barrios

A propósito del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres

El 25 de noviembre de cada año, desde que fuera declarado como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres por Naciones Unidas, esta se constituye en una fecha para reflexionar sobre un tema que exige no solo nuestra atención, sino también nuestra acción: la lucha por la no violencia contra las mujeres. Este no es un asunto que concierne a unas pocas personas, ni a un solo sector; es una problemática que atraviesa nuestras sociedades, culturas y generaciones. Es, en definitiva, una cuestión de derechos humanos.

La violencia contra las mujeres, en sus múltiples formas, representa una de las violaciones más extendidas de los derechos fundamentales. Según las Naciones Unidas, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido algún tipo de violencia física o sexual en su vida, y cada día 140 mujeres y niñas son asesinadas por sus parejas o familiares, lo que equivale a un feminicidio cada 10 minutos. Además, siempre hay que recordar que esto no solo afecta a las víctimas directas, sino que genera un impacto social y económico que perjudica el desarrollo de nuestras comunidades, de las familias y la sociedad en su conjunto.

Al hablar de la no violencia contra las mujeres, estamos hablando de la necesidad de garantizar y respetar los derechos de más de la mitad de la población mundial, estamos hablando, por tanto, de mujeres tienen derecho a vivir libres de miedo, abuso y discriminación, con derecho a la igualdad de oportunidades, a la educación, al trabajo digno y a participar plenamente en la vida política, económica y cultural de sus sociedades.

Reconocer estos derechos no es suficiente, es necesario actuar y tener presente que la igualdad no será una realidad mientras permitamos que las estructuras de poder y las normas culturales perpetúen la discriminación y la violencia. En este sentido, es importante recalcar que la erradicación de la violencia contra las mujeres no es solo una responsabilidad de los gobiernos; es una responsabilidad colectiva que implica a todas las personas, instituciones y comunidades.

En este contexto, las universidades tienen un rol clave ya que como instituciones son espacios donde se forman no solo profesionales, sino también ciudadanos y ciudadanas con pensamiento crítico y comprometidos con la justicia social. Por lo tanto, las universidades deben asumir un liderazgo activo en la promoción de la igualdad de género y la prevención de la violencia contra las mujeres.

Primero, las universidades deben garantizar entornos seguros para las mujeres, lo que  implica establecer políticas institucionales claras contra el acoso sexual y sexista, contra la violencia, así como crear mecanismos y sistemas de denuncia eficaces y confidenciales para las estudiantes, docentes y personal administrativo.

En segundo lugar, las universidades tienen la capacidad de influir en la sociedad a través de la educación, por ejemplo, integrando la perspectiva de género en sus currículos, fomentar investigaciones que analicen las causas y las soluciones a la violencia de género, servir de espacios para el activismo y la sensibilización, organizar campañas, foros y talleres sobre la no violencia contra las mujeres; también creando redes de apoyo y acción entre estudiantes, profesores/as y personal administrativo.

Enfrentar la violencia contra las mujeres requiere, por tanto, de una transformación cultural profunda, que inicia con el hecho de cuestionar y cambiar las narrativas que normalizan la violencia o que justifican el control sobre las mujeres en sus diversas formas. En este sentido, requiere que cada persona asuma una responsabilidad en la eliminación de toda forma de discriminación, desde nuestras familias, comunidades, lugares de trabajo y, también de nuestras universidades.

Hoy, reafirmo mi compromiso de trabajar incansablemente para impulsar políticas de igualdad de oportunidades para las mujeres en nuestra Universidad, y que a partir de éstas se pongan en práctica mecanismos de prevención, atención y monitoreo de acciones encaminadas a mejores oportunidades para la vigencia de los derechos de las mujeres.

Invito a la comunidad Udelista, sus estudiantes, docentes y personal administrativo a trabajar de manera conjunta para construir una comunidad universitaria donde la igualdad de género sea la norma y la violencia contra las mujeres sea erradicada de nuestras familias y la sociedad en general. Estoy convencida que el cambio comienza con la educación, y que las universidades, tienen el poder de liderar este cambio.

Dra. Nicolasa Terreros Barrios

Conmemoración del Primero de Mayo: un homenaje a la lucha y la resistencia

El 1 de mayo es el Día del Trabajador y la Trabajadora que se celebra en muchas partes del mundo. Este es un día muy importante para celebrar la lucha histórica de los trabajadores/as por sus derechos. El día, también conocido como Día Internacional del Trabajador, tiene sus raíces en acontecimientos importantes que marcaron la historia del mundo del trabajo. Los orígenes de esta conmemoración se remontan al siglo XIX, concretamente a los hechos ocurridos en Chicago en 1886. En ese momento, miles de trabajadores estadounidenses salieron a las calles para exigir una jornada de ocho horas. Estas protestas culminaron en una huelga general y el histórico motín de Haymarket el 4 de mayo, donde estallaron enfrentamientos entre manifestantes y la policía, que provocaron muchas muertes y heridos.

El legado de la lucha de los trabajadores de Haymarket continúa hasta el día de hoy, y el Día del Trabajador/a se ha convertido en un recordatorio anual de sus derechos de y la importancia de luchar contra la explotación y la injusticia. Este es un hecho que es más que una simple memoria histórica, es un momento para reflexionar sobre los desafíos que enfrentan los trabajadores/as hoy y renovar nuestro compromiso de luchar por la justicia social y la justicia laboral.

En este contexto, es muy importante reconocer el papel esencial de las mujeres trabajadoras en la lucha por sus derechos, porque a lo largo de la historia las mujeres han enfrentado discriminación y desigualdad en el ámbito laboral y han luchado incansablemente por la igualdad de oportunidades y el reconocimiento de su trabajo.

Por lo tanto, este día es importante para que las mujeres trabajadoras hablen y denuncien las numerosas formas de sexismo en el lugar de trabajo. Desde la brecha salarial hasta la falta de representación en puestos de liderazgo, las mujeres enfrentan muchos obstáculos cuando se trata de lograr la igualdad en el lugar de trabajo. En palabras de la activista y académica afroamericana Angela Davis, «La lucha por la igualdad de género en el lugar de trabajo está indisolublemente ligada a la lucha más amplia por la justicia social y económica». Esta idea resalta la conexión entre las luchas de las mujeres trabajadoras y la lucha más amplia por un mundo más justo y equitativo.

Para crear una sociedad más inclusiva y justa, se debe reconocer y valorar la contribución de las mujeres trabajadoras en todos los ámbitos de la sociedad. El Día del Trabajador/a es una oportunidad para celebrar la resistencia y la perseverancia de las mujeres trabajadoras y reafirmar nuestro compromiso de eliminar todas las formas de discriminación y desigualdad en el lugar de trabajo.

Las conquistas y desafíos de la mujer trabajadora

En el contexto latinoamericano, las mujeres trabajadoras han logrado avances significativos en la lucha por los derechos laborales y la igualdad durante décadas, pero todavía enfrentan muchos desafíos y preguntas sin respuesta en su búsqueda de justicia e igualdad en el lugar de trabajo. Nos gustaría resaltar algunos de los logros más importantes alcanzados por las mujeres trabajadoras:

Legislación sobre igualdad, ya que muchos países de la región han adoptado leyes y políticas para promover la igualdad en el lugar de trabajo, incluidas leyes contra la discriminación en el lugar de trabajo, medidas para conciliar la vida laboral y familiar, y políticas de igual remuneración por igual trabajo.

Participación en la fuerza laboral; el número de mujeres en la fuerza laboral en América Latina ha aumentado significativamente en las últimas décadas, y ahora las mujeres desempeñan una variedad de roles en diferentes sectores de la economía, desde la agricultura hasta la tecnología, y son específicas de diferentes grupos en cada sector y cada país.

Representación en sindicatos; las trabajadoras son cada vez más visibles y representadas en los sindicatos y sindicatos de la región, aunque todavía no en la medida esperada. Sin embargo, su implicación en estos ámbitos le ha permitido defender sus derechos laborales y negociar condiciones laborales más justas.

Pero a pesar de estos logros, todavía quedan algunas cuestiones pendientes para lograr la plena igualdad de derechos de las mujeres trabajadoras, tales como:

La brecha salarial entre hombres y mujeres; a pesar de los esfuerzos legislativos y de sensibilización, la brecha salarial de género en la región ha persistido y las mujeres todavía ganan menos que los hombres por el mismo trabajo o por un trabajo del mismo valor.

Acceso a puestos de liderazgo; aunque las mujeres constituyen una gran parte de la fuerza laboral latinoamericana, su acceso a puestos de liderazgo y toma de decisiones sigue siendo limitado debido a barreras estructurales y culturales que les impiden asumir roles de poder y responsabilidad.

Trabajo informal; muchas mujeres en América Latina trabajan en el sector informal o en empleos precarios y mal remunerados que carecen de protección laboral y seguridad social, lo que es uno de los fenómenos que hace que las mujeres trabajadoras sean vulnerables al riesgo de explotación y discriminación. En Panamá, las mujeres trabajadoras tienen una alta taza de participación en este sector.

Hoy, como ayer, sigue siendo de vital importancia seguir trabajando para eliminar el sexismo en el lugar de trabajo y crear lugares de trabajo más justos e inclusivos para todos.

Nicolasa Terreros Barrios

Reflexiones acerca del rol de las mujeres en la historia

A la hora de reclamar y hacer vigente nuestros derechos las mujeres nos enfrentamos a una serie de objeciones, todas vinculadas a nuestra historia. Por lo tanto, la primera tarea que nos queda por hacer es descubrir la historia de las mujeres. ¿Será que hombres y mujeres tenemos procesos históricos distintos? ¿Cómo es posible esto si siempre se nos ha hablado acerca de la historia de la humanidad? Pues bien: la historia no ha sido escrita tal y como ocurrió. Las mujeres nos quedamos fuera de la historia oficial, es decir, no se nos consideró como protagonistas de la historia. Has escuchado cosas como: el hombre y la ciencia, el hombre descubrió, el hombre inventó, el hombre…para que seguir. Repasemos la historia de Panamá. ¿Cuántas mujeres aparecen como protagonistas en la nuestra historia? Tal vez una que cosió la bandera… y ninguna otra. Revise los libros de textos de sus hijos e hijas. ¿Cuántas mujeres sobresalen en esos libros? ¿Qué oficios realizan en esas figuras donde aparecen? Ahora recuerdo aquellas frases favoritas de mis maestras de primaria: “Mamá cose la ropa”, “Mamá mima a papá”, Papá lee el periódico”, “Papá maneja el auto”, etc.

Tratar de cambiar una sociedad que guarda en su seno tantas desigualdades e injusticias no es tarea fácil. En eso llevamos siglos de luchas. Pero tratar de cambiar, patrones culturales, normas sociales, conductas sociales, y tratar de cambiar la historia (de las mujeres), pues es algo más complejo. Nos enfrentamos como ya dije a la historia universalmente escrita, establecida y difundida; nos enfrentamos a un sistema educativo que ha formado millones de conciencias; nos enfrentamos a una iglesia (católica) que ha consagrado la inferioridad de las mujeres; y nos enfrentamos con nosotros/as mismas que hemos sido social y culturalmente deformados y nos resistimos a cambiar.

Lo primero que nos dicen quienes adversan las aspiraciones de las mujeres por lograr la equidad en la sociedad es que “la historia siempre ha sido así”, “las mujeres han vivido así toda la vida”, etc. Por lo tanto, no hay nada que cambiar.

Algunas autoras feministas se han dado a la tarea de recuperar la historia de las mujeres, es decir, a recuperar los hechos históricos del desarrollo de la humanidad. Alexandra Kollontai (1872-1952) quien nació en la ciudad rusa de San Petersburgo y asistió a las tres primeras conferencias internacionales de mujeres socialistas, en 1907, 1910 y 1915 dedicó grandes esfuerzos por aportar a la lucha de la liberación de las mujeres a través de su obra Mujer, historia y sociedad editada por primera vez en 1978.

La primera afirmación que hace Kollontai en su obra es que tan pronto como nos hayamos enterado de las condiciones de vida tal y como existían hace varios miles de años, no tardaremos en darnos cuenta que la ausencia de derechos de la mujer con relación al hombre, de que su sumisión de esclava no ha existido desde siempre. Ella dice que “hubo periodos en los que el hombre y la mujer tuvieron derechos absolutamente iguales. Hubo incluso periodos en los que el hombre, en cierta medida, le atribuía a la mujer una posición dirigente”. La autora desmiente aquella tesis de que la situación de subordinación de la mujer se explica debido a su naturaleza femenina, que no es producto de una cualidad natural la situación de dependencia de la mujer, y que más bien este hecho tiene sus explicaciones en “el carácter del trabajo que les fue atribuido en una sociedad dada”. Kollontai dice que “algunos creen que la mujer, en aquellos tiempos remotos en que la humanidad estaba sumida en la barbarie, estaba en una situación aún peor que la de hoy, que llevaba casi una vida de esclava. Lo cual es falso. Sería erróneo creer que la liberación de la mujer depende del desarrollo de la cultura y de la ciencia, que la libertad de las mujeres depende de la civilización de un pueblo. Solamente representantes de la ciencia burguesa pueden afirmar tales cosas”.

La situación de la mujer es siempre una consecuencia del tipo de trabajo que realiza en un momento preciso de la evolución de un sistema económico particular. En la época del comunismo primitivo, nos recuerda Kollontai, “en un periodo, pues, tan remoto que nos es difícil imaginarlo, en que la propiedad privada era desconocida y en que los hombres erraban por pequeños grupos, no había ninguna diferencia entre la situación del hombre y de la mujer. Los hombres se alimentaban con productos de la caza y de la recolecta. En el transcurso del desarrollo de los hombres primitivos, hace de eso varias decenas, mejor dicho, varios centenares de miles de años, los deberes y las tareas del hombre y de la mujer eran sensiblemente los mismos”. Inclusive las investigaciones realizadas por algunas antropólogas dan muestras que, en los comienzos del desarrollo de la humanidad, cuando las actividades básicas eran la recolecta y la caza, no había casi diferencias entre las cualidades corporales de hombres y mujeres, no existía dependencia de la mujer con relación al hombre, ni derechos distintos, pues en aquel tiempo no existía la ley, ni el derecho, ni la propiedad privada, por supuesto. Según Kollontai “la mujer no dependía unilateralmente del hombre, ya que la tribu tomaba todas las decisiones. Quienquiera que se negara a las decisiones de la colectividad perecía, moría de hambre o era devorado por los animales”. En una vida de colectividad, la supervivencia de la tribu dependía de la cohesión, la unidad y la solidaridad, es decir, allí no había cabida para la subordinación de nadie.

Los grandes aportes de Kollontai y muchas otras autoras dedicadas a esta tarea, echan por tierra aquello de que “las mujeres siempre hemos vivido así”, “la historia de la humanidad es así y no se puede cambiar”, “es natural que las mujeres vivamos así”.

Dediquemos, pues, nuestros esfuerzos a escudriñar la historia, esa historia que nos desconoce como seres sociales con identidad propia y ayudemos a otras a descubrirse. 

Nicolasa Terreros Barrios

La integración de las funciones de las instituciones de educación superior

El proceso de reflexión llevado a cabo en el marco de la elaboración del IV Plan para la Integración de la Educación Superior Centroamericana (PIRESC IV del CSUCA-2016), concluye en la definición del Programa 6 al cual se le denomina “Integración de las Funciones Sustantivas de la Universidad y Relación Universidad Sociedad Estado”.

Parte de este debate encierra uno de los desafíos más importantes para las instituciones de educación superior de este siglo XIXI, que consiste en impulsar políticas que promuevan la integración de las tres funciones primordiales de la universidad: investigación-docencia-extensión-. Se parte del hecho que las políticas de extensión universitaria de las universidades públicas, deben estar orientadas al desarrollo de nuevas y renovadas formas de vinculación de las universidades con la sociedad. Parte de este diálogo sugiere un intercambio de saberes, que involucra la puesta en práctica de aprendizajes significativos para todos los actores, para las universidades, las comunidades y la sociedad en general. 

Para alcanzar estas metas las universidades requieren de docentes con una formación integral, en capacidad de llevar procesos de enseñanza-aprendizaje con una visión integradora, que coloca al alumnado en contacto con el contexto, esto es, con los escenarios territoriales comunitarios; un docente que propicia la generación de nuevos conocimientos desde esos espacios donde se presentan los fenómenos sociales, políticos, culturales, económicos; y que desde ese intercambio, es capaz de compartir con los grupos y las comunidades esos nuevos conocimientos que deben servir de base para la solución de los problemas que demanda la sociedad.

En este sentido, un docente debe ingresar a la universidad en esa condición, la de docente y desde esa posición sea capaz de desempeñarse en atención a las tres funciones sustantivas de la universidad: la docencia, la investigación y la extensión universitaria. Desde esta postura, no solo se es congruente con el modelo y enfoque universitario que considera como pilar fundamental la formación integral de nuestro alumnado, con bases en el encuentro entre la teoría y la práctica; también se logra uno de los objetivos de las políticas de extensión universitaria que es, la legitimación de una de las funciones sustantivas de toda institución de educación superior en este siglo XXI, hasta ahora bastante marginada.   

Por lo tanto, optamos por el fortalecimiento de una visión académica integradora de la vida universitaria, entendiendo que lo académico lo es todo: la docencia, la investigación y la extensión; y que debemos superar el paradigma de la segregación de las tres funciones sustantivas de la universidad; superar además el hecho que hasta hoy prevalece en la mayoría de las instituciones que conciben que academia significa o hace referencia  exclusivamente a la docencia, es decir, el acto de enseñar en un aula, al margen del resto de las dinámicas de la vida universitaria.

Desde algunas corrientes se plantea optar por una figura de “docente extensionista”, lo que equivalente a pensar en un docente que solo se dedica a hacer tareas vinculadas con esta función. Sin embrago, tal postura sería contradictoria con el enfoque integral que pensamos debe prevalecer en nuestras instituciones hoy, en el marco de una realidad cada vez más globalizante, que demandas profesionales igualmente integrales, en sintonía con estas nuevas realidades.

Como universidades enfrentamos, por tanto, el reto de fortalecer políticas institucionales que promuevan la integración de las funciones que cumplen las universidades y al mismo tiempo, impulsar medidas para que cada vez más se avance en los procesos de curricularización de la extensión, lo que significaría hacer de la extensión universitaria parte del proceso mismo de enseñanza aprendizaje a lo largo de la carrera universitaria de nuestro alumnado. Con ello se fortalece el proceso de formación profesional, se contextualiza el curriculum y se desarrollan competencias del ser mejores ciudadanos y ciudadanas y aquellas orientadas a logro de relaciones sociales solidarias con la gente, la comunidad y el medio ambiente.

Nicolasa Terreros Barrios